Cartas de Franz Kafka a Felice Bauer
El 13 de agosto de 1912 el escritor checo de 29 años conoció en casa de Max Brod, su mejor amigo, a Felice, representante de marketing de una empresa de dictáfonos quien en ese momento contaba con 25. Entre el 20 de septiembre de ese mismo año y el 16 de octubre de 1917, cinco años más tarde, Kafka redactó más de quinientas cartas; la enfermedad fue finalmente lo que ocasionó la extinción de la relación.
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| Franz Kafka con Felice Bauer en 1917 |
Esta correspondencia salió a la luz en castellano en 1977, publicada por Alianza Editorial y traducida por Pablo Sorozábal, se basó en la original en alemán por parte de Erich Heller y Jürgen Born para la editorial Schocken, después fue reeditada en 2013 por Nórdica en una edición más amplia.
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| La primera de las cartas que escribió Franz a Felice fechada el 20 de Septiembre de 1912 |
En noviembre de 1912, tres meses después de conocer a Felice, redacta:
Fräulein Felice,
“Te pediré un favor que suena completamente loco, y que yo consideraría como tal si fuera quien recibe la carta. Es también el más grande test al que aún la más amable persona puede ser sometida. Bien, el favor es que me escribas una vez por semana, así tu carta llega el domingo, porque no puedo resistir tus cartas diarias, soy incapaz de resistirlas. Por ejemplo, yo respondo una de tus cartas, luego estoy acostado, aparentemente en calma, pero mi corazón late a lo largo de mi cuerpo entero y sólo es consciente de ti. Yo te pertenezco, realmente no hay otra manera de expresarlo, aunque no es suficientemente adecuada. Por esta importante razón no quiero saber qué estás usando; me confunde mucho y no puedo lidiar con mi vida; y por esto es que no quiero saber que tu me tienes cariño. Si lo hice, ¿cómo pude, tonto de mí, permanecer sentado en mi oficina, o aquí en mi casa, en vez de saltar dentro de un tren con los ojos cerrados y abrirlos solamente cuando esté contigo? Oh, hay una lamentable, triste razón para no hacerlo. Para ser breve: mi salud es apenas suficiente para seguir solo, pero no es buena para casarme, y dejemos a un lado a la paternidad. Aún cuando leo tus cartas, paso por alto hasta lo que no puede serlo. ¡Si sólo tuviera tu respuesta ahora y cuán horriblemente te atormento, y cómo te obligo, en la quietud de tu cuarto, a leer esta carta, tan desagradable como jamás ha estado en tu escritorio! ¡Honestamente, esto me golpea por momentos y quedo preso como un espectro de tu feliz nombre! Si sólo hubiera despachado carta el sábado, en la cual hubiera implorado que jamás me escribieras de nuevo, y en la cual te hubiera hecho una promesa similar. Oh Señor, qué me impidió enviar esa carta? Todo estará bien. Pero, ¿hay una solución tranquila ahora? ¿Ayudará si nos escribimos una vez a la semana? No, si mi sufrimiento puede ser curado por algo semejante, quiere decir que no es serio. Y ya preveo que seré incapaz de soportar aún las cartas dominicales. Y así, para compensar por la oportunidad desperdiciada el sábado, te demando con la energía que me queda, en el final de esta carta: Si valoramos nuestras vidas, permitámonos abandonar todo. ¿Pienso que debo firmar "tuyo" ? No, nada podría ser más falso. No, yo seré siempre esclavo de mí mismo, eso es lo que soy, y debo tratar de vivir con eso."
Franz
"La otra noche te soñé, es la segunda vez. Un cartero me traía dos certificadas tuyas y me entregaba una en cada mano con un movimiento magníficamente preciso de los brazos que saltaban como émbolos de una máquina a vapor. Eran cartas mágicas. Podía extraer cuantas hojas quisiera sin que los sobres jamás se vaciaran. Me encontraba a mitad de una escalera y estaba obligado, no te ofendas, a tirar sobre los escalones las hojas ya leídas si quería extraer más de los sobres. Toda la escalera de arriba a abajo estaba cubierta de manojos de hojas y el papel elástico, ligeramente sobrepuesto, enviaba un fuerte murmullo".
[Comenzada en la noche del 23 al 24 de noviembre de 1912]
Mi amor, pero qué extremadamente repulsiva es la historia que acabo de apartar a un lado para recuperarme pensando en ti. Ha avanzado ya hasta un poco más de la mitad, y en conjunto no estoy descontento con ella, pero en cuanto a nauseabunda, lo es de modo ilimitado, y cosas como esas, te das cuenta, provienen del mismo corazón en el que tú habitas y toleras como morada. No te entristezcas por esto, pues, quién sabe, cuanto más escriba y más me libere, más puro y digno de ti llegue quizás a ser, si bien quedan aún, desde luego, muchas cosas en mí que es preciso echar fuera, y las noches no podrán ser lo suficientemente largas para un quehacer, por lo demás, tan en el más alto grado voluptuoso.
Pero antes de irme a dormir (de hecho son las 3 de la madrugada, por lo general trabajo sólo hasta la 1, al parecer entendiste mal que hora que la hora que indicaba en una de mis últimas cartas, quería decir las 3 de la tarde, me había quedado en la oficina y me puse a escribirte) quiero, puesto que tú lo deseas y puesto que es tan sencillo, decirte una vez más al oído cuánto te amo. Te quiero tanto, Felice, que si permaneces a mi lado quisiera vivir eternamente, pero, no hay que olvidarlo, como una persona sana y que fuera tu igual. Así es, para que lo sepas, la verdad es que estamos más allá de los besos, y habiéndolo reconocido así, no me queda otro signo que el de simplemente acariciar tu mano. Por eso prefiero llamarte Felice a decirte amor mío, y decir tú a decir querida. Pero como quiero referir a ti la mayor cantidad de cosas posible, me gusta también llamarte amor mío, y soy feliz de que me esté permitido nombrarte.
Del 6 al 7, XII, 12
[Probablemente en la noche del 5 al 6 de diciembre de 1912]
Llora, mi amor, llora, ¡ha llegado el momento de llorar! El héroe de mi cuento ha muerto hace un rato. Si ello te consuela, te diré que ha muerto bastante apaciblemente y reconciliado con todos. La historia propiamente dicha todavía no está terminada, la verdad es que no me quedan ganas de seguir con ella y dejo el final para mañana. Además es muy tarde, y bastante he hecho con superar la perturbación de ayer. Lástima que mis estados de fatigas y otras interrupciones y zozobras ajenas al texto hayan quedado claramente marcadas en algunos pasajes del relato, el cual hubiese podido tener una elaboración más pura, en las páginas más dulces es precisamente donde esto se hace visible. Este y no otro es el sentimiento que me mortifica eternamente; yo, con las fuerzas creadoras que siento en mi interior, y dejando totalmente aparte su intensidad y duración, hubiese podido llevar a cabo, en condiciones de vida más favorables, un trabajo más puro, más convincente, más organizado que el producido hasta ahora. En este un sentimiento que ninguna razón es capaz de disipar, pese a que, naturalmente, nadie excepto la razón está en lo justo al decir que no existen otras condiciones que las reales, y que por lo tanto no se puede contar con ningún otro tipo de condiciones. Sea como sea, mañana espero terminar el relato y pasado mañana meterme de nuevo con la novela.
Pobre amada mía, ¿quieres saber cuándo llegan tus cartas con el fin de tomar medidas más adecuadas? Pero es que Correos es algo que le deja a uno por completo sin saber a qué atenerse, esto es lo que ocurre con el Correo austríaco, que trabaja en una improvisación total, algo así como las bromas postales de las diversiones veraniegas. Tu primera carta urgente llegó el lunes a las 11 a mi casa. La segunda llegó el miércoles entre la 9 y las 10 a la oficina. El telegrama lo recibí en casa las 4, 30 de la tarde (hubiera sido mejor que llegara más tarde, en tal caso me hubiera quizás despertado a tiempo, mientras que así me quedé dormido y no llegué hasta las nueve), la carta que escribiste en el tranvía –esa carta que mi querida Felice me había calculado para el miércoles por la tarde- no la recibí hasta el jueves antes del mediodía en mi casa, y a las 3, cuando la tuve en mis manos, me di cuenta de lo muy unidos que estamos, pues tú habías querido mandarme ese telegrama para que me acompañase en la lectura, y yo casi había llegado a metérmelo en el bolsillo para tenerlo conmigo, pero cambié de opinión porque yo lo que deseaba no era simplemente guardarlo en el bolsillo, sino colocarlo delante de mí encima de la mesa de lectura, y en tal caso hubiese llamado excesivamente la atención, y por este motivo preferí llevar la tarjeta postal.
Las cosas que te cuento de mi oficina (no es que valga precisamente la pena hacerlo) se ve que las cuento con una aplastante claridad, a juzgar por lo al revés que las entiendes. No tenemos 70 departamentos, sino que en el departamento en el que yo estoy trabajan 70 empleados. El jefe de este departamento tiene 3 adjuntos, uno de los cuales, y, por desgracia, encargado de los asuntos más importantes, o, mejor dicho, más desagradables, soy yo. Así es, y para que lo entiendas aún mejor, te da el que en la foto encuentras tan raro –pero que en su interior está consagrado a ti como ningún otro- un largo, largo beso.
Carta a Felice, 28 de marzo de 1913
"La ventana estaba abierta y en mi fantasía inconexa cada cuarto de hora yo saltaba por la ventana, continuamente, luego llegaba el tren y un vagón después de otro pasaba sobre mi cuerpo tendido en los durmientes y profundizaba y ensanchaba mis dos tajos: en el cuello y en las piernas".
Carta a Felice, 21 de junio de 1913
"... Pero que me dices, Felice, acerca de una vida matrimonial en la cual, por lo menos durante algunos meses al año, el marido regresa de la oficina hacia las 2.30 o las 3, come, se acuesta y duerme hasta las 7 o las 8, cena rápidamente, pasea durante una hora, y luego comienza a escribir hasta la 1 o las 2 de la madrugada. ¿Serías capaz de aguantar todo esto? ¿No saber nada del marido, sino que está en su cuarto escribiendo? ¿Y pasar así todo el otoño y el invierno? ¿Y hacia la primavera recibir a ese hombre medio muerto junto a la puerta del escritorio, para tener que contemplar durante la primavera y el verano como se recupera para el otoño y el invierno? ¿Es esta una vida posible? Quizá, quizá sea posible, pero es preciso que tú reflexiones sobre ello hasta la última sombra de una duda."
Este epistolarío es un testimonio imprescindible para conocer la mente de uno de los grandes escritores del siglo XX, donde Kafka muestra su lado más humano, sus temores, pasiones y deseos que lo han de acompañar durante toda su vida en sus amoríos e idilios.
Bibliografía
- Cartas a Felice y otra correspondencia del noviazgo, 1. 1912. Madrid. Alianza Editorial. 1984. Págs. 114, 155-156.Edición de Erich Heller y Jürgen Born. Traducción de Pablo Sorozábal.
- Cartas a Felice. Madrid. Nórdica Libros. 2013. 832 p. Traducción de Pablo Sorozábal.
Carta a Felice, 21 de junio de 1913
"... Pero que me dices, Felice, acerca de una vida matrimonial en la cual, por lo menos durante algunos meses al año, el marido regresa de la oficina hacia las 2.30 o las 3, come, se acuesta y duerme hasta las 7 o las 8, cena rápidamente, pasea durante una hora, y luego comienza a escribir hasta la 1 o las 2 de la madrugada. ¿Serías capaz de aguantar todo esto? ¿No saber nada del marido, sino que está en su cuarto escribiendo? ¿Y pasar así todo el otoño y el invierno? ¿Y hacia la primavera recibir a ese hombre medio muerto junto a la puerta del escritorio, para tener que contemplar durante la primavera y el verano como se recupera para el otoño y el invierno? ¿Es esta una vida posible? Quizá, quizá sea posible, pero es preciso que tú reflexiones sobre ello hasta la última sombra de una duda."
Este epistolarío es un testimonio imprescindible para conocer la mente de uno de los grandes escritores del siglo XX, donde Kafka muestra su lado más humano, sus temores, pasiones y deseos que lo han de acompañar durante toda su vida en sus amoríos e idilios.
Bibliografía
- Cartas a Felice y otra correspondencia del noviazgo, 1. 1912. Madrid. Alianza Editorial. 1984. Págs. 114, 155-156.Edición de Erich Heller y Jürgen Born. Traducción de Pablo Sorozábal.
- Cartas a Felice. Madrid. Nórdica Libros. 2013. 832 p. Traducción de Pablo Sorozábal.






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