Trébol de cuatro hojas



When you have found it, write it down.

Charles Dickens


I. SUERTE

Despierto exaltado y la monotonía sonora maquinal del ventilador  invade gradualmente mi consciencia  entre las sombras difusas de la habitación, una de las cinco de esta segunda planta en esta casa ubicada en la calle Vicente Guerrero. La humedad asfixiante del entorno obliga a imponer esta medida térmica si se pretende alcanzar un descanso digamos equivalente a lo confortante. Al terminar el ascenso encontrará a su izquierda, junto  al librero de caoba la morada del “administrador del hogar”, el señor Piña, un quincuagenario que proviene del Distrito Federal y que tiene cuatro años viviendo aquí, pues trabaja para la Procuraduría General de la República. Enfrente está la de Viviana, abogada de veintiséis años, de mediana estatura, de cabello y ojos castaños, -muy linda a propósito- y que también pertenece a la PGR.  A ella le encanta que le recite poemas, dice que le recuerdo a un tipo raro ex novio de una de sus amigas que es lector asiduo de poesía, allá en el Estado de México de donde es originaria; me lo dijo esa vez que estábamos ebrios y platicábamos plácidamente en el huerto después de aquella velada con motivo del cumpleaños de la madre del Señor Piña. En el cuarto adyacente pernocta Don Alejandro, quien roza a duras penas las seis décadas de existencia; litigante de profesión de igual manera. Cada semana va a Zacatecas a visitar a su familia y nos trae unos mezcales deliciosos producto de la manufactura de la fábrica de su hermano. Infiero lo tarde que podría ser, es viernes y lamento no poder utilizar mi teléfono celular para confirmarlo debido a  la rotura que sufrió al caer de mis manos horas antes. Intento vaticinar esa incógnita: ¿Las 4:00 am?, ¿Las 5:00 am?, debo acudir al salón de clases a las 7:00 am ya que presentaré un examen importantísimo, por lo que tomo la mochila y salgo apresuradamente. Al bajar rebaso la habitación de Guillermo, un tipo de 35 años de bigote muy espeso que procede de Ocotlán, Jalisco; el desempeña el cargo de “Ministerio Público en la modalidad de delitos contra la salud”. Después de dejar atrás la cochera y al hallarme fuera, camino hacia la Glorieta de los Niños Héroes en espera de un autobús que me conduzca. Las calles lucen vacías, el aleteo de los murciélagos entre las palmeras junto con el aullido de los perros acondicionan a la atmósfera intrigante. Aguardo vanamente, los minutos se esfuman, la impaciencia se apodera de mí y decido avanzar cautelosamente en dirección al recinto educativo en ausencia de algún medio por el cual trasladarme. Deduzco la gravedad de mi desequilibrio cronológico al advertir a unos individuos en la terraza de un bar entonando una canción de Vicente Fernández  con la armonía derivada de un karaoke. Imposible regresar: he olvidado las llaves. Continúo, mi ritmo cardiaco aumenta considerablemente después de aquella cuesta que parecía inagotable, cuando vislumbro al cruzar un semáforo un jardín con un quiosco construido afortunadamente con bancas a su alrededor, el sitio ideal donde reposar un momento. Al sentarme una sensación de pesadumbre me agobia a tal grado que me resulta imprescindible cerrar los ojos; el adormecimiento asiste inmutable en su afán neutralizante, proclamando su imperio onírico, como una caterva de bestias furtivas acechando la orfandad de su próxima presa.




II. FE

-¡Viajeros a Colima!- grita el conductor de la unidad, lo que interrumpe mi siesta improvisada súbitamente. Confirmo la llegada al observar a través de la ventana el anuncio de mi destino en el andén de la central de autobuses. Estoy ansioso por explorarlo pero es necesario solucionar primero pormenores de mi estancia. Hace unos días contacté en un página web que anunciaba departamentos en renta a una chica que me ofreció una habitación en su departamento por la módica cantidad de mil pesos mensuales; no dude en aceptar inmediatamente, claro, y le prometí llamarla tan pronto y como me encontrara aquí. Desciendo, tomo mi equipaje y me dirijo hacia el área de espera. El reloj digital sobre la pared indica cinco minutos antes de las 6:00 am, aún reina la oscuridad en este prematuro y caluroso viernes de Agosto; debo pensar bien lo que haré porque no conozco a nadie en esta ciudad que pueda orientarme y puedo perderme con facilidad. Todas mis ilusiones de hospedaje se encajonan pues en Lo, la chica rentera. Aguardo sentado, las horas transcurren, la gente va y viene buscando siempre llegar a un punto determinado. A las 9:00 am me levanto y voy a las casetas telefónicas para comunicarme con ella; después de marcar, su voz suena algo trémula en el auricular:

-¿Bueno?, ¿Quién habla? -inquiere sorprendida.

-Soy Bernardo, el tipo interesado en rentar el cuarto que tienes disponible, -aclaro.

-Tenía -enfatiza alarmada-, he acordado el alquiler con alguien más.

-¿En serio?

-Sí, pero puedes hospedarte unos días conmigo si así lo deseas, mientras encuentras otro donde quedarte estos meses -sugirió cordialmente.

-Por supuesto, ¿dónde puedo verte?

-Ahí mismo a las afueras de la Central, en quince minutos, -respondió-, vivo relativamente cerca  así que puedo pasar por ti y llevarte a la escuela para que realices tus trámites, arribaré en un Nissan Sentra modelo 87.

-Gracias Lo, traigo puesta una camisa azul, hasta pronto.

Ella asiste puntual a la cita, alzo los brazos para que me distinga de la multitud cuando me percato de la llegada del vehículo. Me mira y se detiene. Intento subir el equipaje que es excesivo y ella baja muy amablemente para ayudarme; es linda y agradable me da la impresión. Partimos, comenta que la propiedad pertenece a su padre que subsiste en el extranjero; también va a la Universidad, tiene 19 años, estudia Ciencias Políticas (yo Ingeniería) y se muestra entusiasmada de iniciar un semestre más. Afirma que la gente de aquí es muy amable, razón por la cual viviré buenos momentos. Le comento ciertas similitudes de esta ciudad con la mía, -Aguascalientes-, y la trascendencia de su Feria Nacional de San Marcos. Se introduce en el estacionamiento del Tecnológico de Colima y me da instrucciones para encontrarme con ella a las 4:00 pm junto al hotel M. Isabel, pues tendrá una reunión con sus amigos y compañeros del Colegio donde imparte lecciones de Inglés y le gustaría que la acompañe. Después de entregar los documentos que me habían solicitado vía correo electrónico en la oficina de la coordinación de la carrera decido recorrer los suburbios aledaños en un intento por adaptarme rápido con la urbe y sus rutas. Mitigo una sed espantosa bebiendo agua de coco que un señor circulando a bordo de un triciclo me vendió, por cierto casi me atropella el muy imbécil. Falta poco para mi objetivo final, me cuestiono lo que pasaría si ella se ausentara, si no volviera a verla nunca jamás; tal vez fui muy ingenuo al confiarle mis posesiones a una extraña, pero no tenía opción, aparenta ser una chica muy honesta y por algún motivo tengo la seguridad de que vendrá tarde o temprano. Al acercarme escudriño a lo lejos el Nissan rojo en la esquina, junto al dichoso hotel. Agradezco la gentileza de su anticipación, mis vacilaciones se disipan totalmente pues la maleta sigue en el asiento trasero. Nuestro rumbo es el barrio de Joaquín, el mejor amigo de Lo. Cuando se une a la celebración deduzco la bondad de su persona; intuyo promedia los treinta años. Antes de llegar a la finca de la convivencia, bajamos a un supermercado para hacer compras. La tarde extiende su manto crepuscular entre bromas y suspiros, la comida quedó deliciosa y los compañeros de Lo me han recibido de maravilla; me siento muy afortunado de estar aquí, de haberla conocido hoy, presiento que lo mejor vendrá.

-Te acomodarás en el cuarto junto al patio donde encadeno a Shari, mi perrita -ordenó mientras giraba el volante al transitar alrededor de una glorieta construida en homenaje a un tal rey Coliman, en la ruta de regreso a su vivienda. Shari es una husky siberiana de cuatro años, muy juguetona pude notarlo al entrar; el rincón es lindo, decorado propiamente para una mujer joven soltera. Desde aquí puedo ver la inquietud palpitante de ese volcán que me propongo visitar, una ardua búsqueda de alojamiento me espera al día siguiente; es un poco tarde y estoy fatigado.

-Hasta mañana chica, -me despido en voz baja.

-Adiós Bernardo, nos vemos mañana -contesto Lo al cerrar lentamente la puerta de su dormitorio en un instante único, cuando el esplendor de la luna se filtraba tibiamente a través de las cortinas, en la lúgubre serenidad de la medianoche.





III. AMOR

¡Despierta Bernardo, ya vino el profesor! -Advierte Eunice, mi colega de clase. Recuerdo haber deambulado en un sueño profundo como el sótano de las golondrinas, el grupo de educandos está completo para esta evaluación fundamental de la materia de Planeación y Diseño de Instalaciones. En treinta minutos resuelvo y entrego el examen. Al extinguirse la jornada rutinaria en las aulas tengo la obligación adicional de clasificar, etiquetar e inventariar parte de la biblioteca de la escuela en cumplimiento del Servicio Social a la comunidad, requisito indispensable para mi titulación. Esta semana es turno del área de Arquitectura. Desde el teléfono de la recepción marco el número del Sr. Guillermo:

-Si, buenas tardes, ¿quién habla?  -cuestiona al desconocer la fuente de la llamada.

-Soy Bernardo, “el poeta”, ¿puedes venir por mí en cuanto salgas de trabajar?, podríamos ir a algún lado a beber un trago, ¿qué dices?

-Ok, te espero en media hora, en la entrada.

Afuera el ensordecedor claxon del PT Cruise color violeta del abogado atrae la atención de los alumnos alrededor. Cuando entro al auto sugiere ir a un bar en las orillas de la población; le cuento lo acontecido durante las últimas horas, el establecimiento se sitúa entre los comercios de la zona, posee muebles forrados con cuero negro y mesas ovaladas de acero inoxidable. Pedimos dos cervezas,  en la entrada un limosnero que usa un saco guinda con un bordado de la NFL y un tipo apático que sujeta un viejo saxofón hacen señas al vocalista de la banda de blues que ambienta la tarde, un tipo que porta unos pantaloncillos estampados con la bandera del Reino Unido. Guillermo recibe una llamada de Viviana anunciándole la cena sorpresa que ha preparado en la cual el Sr. Piña y el Sr. Alejandro también concurrirán.

-He olvidado mi portafolio en la oficina -se lamenta el Sr. Ministerio-, regresaremos por él antes de agruparnos con los demás, aún debe haber personal ahí.

Abandonamos el espacio, subimos al auto y tras atravesar a gran velocidad un paso a desnivel cerca de la Central Camionera, a unos cuantos metros de la Procuraduría, nos detenemos al percibir la luz roja del semáforo; segundos después un Nissan Sentra se une a nuestra dilación, justo a mi derecha.

¡Lo, Lo, hola! -la nombro al reconocerla efusivamente.

-¡Bernardo!, ¿dónde te has metido?, he estado buscándote, ¿a dónde vas?, ven conmigo a una fiesta esta noche, no muy lejos de Colima. ¿Qué dices?

-Me fascina la idea, -apruebo motivado-, Guillermo, ¿puedes bajarme aquí para ir con ella?

-Pronto que la luz ya cambió a verde, -respondió impaciente.

-Gracias, te veré próximamente.

En su auto también viajan dos amigas que estudian con ella en la Universidad, Zuleika y Sonia, las cuales me presenta. Paramos en una tienda de licores por dos botellas de vodka sabor mango y en veinte minutos llegamos al evento, apartado de la civilización y en óptimo balance con la naturaleza. Un muchacho que bajó de un auto Jetta A3 color gris viene hacia nosotros con parsimonia; se trata de Arturo, el novio de Lo, al que saludo cuando aparece. Entregamos el ticket de acceso a los guardias de la entrada y nos dirigimos hacia el escenario principal entre los árboles majestuosos; las vibraciones acústicas intensas de la música electrónica de los DJ’s estimula la adrenalina en nuestra sangre. Brindamos por el futuro, por el desdeñado prodigio de estar con vida. Bailamos formando un círculo, los estragos del alcohol se evidencian en los partícipes quienes se muestran desinhibidos, como si quisieran librarse de alguna culpa por la que han sido condenados.

-Lo es una chica muy lista y divertida, soy suertudo al andar con ella -se envanece Arturo luego de exhalar humo de su cigarrillo.

-Es cierto, es el impacto primario que me causó cuando empecé a tratarla -murmuro simpatizando con su juicio. Luego se aleja y va al Jetta A3, yo insisto en improvisar pasos de baile junto a Rebeca y Zuleika; ahora el beat del reggae predomina, son casi las 2:00 am y la algarabía no fenece.

-Debemos irnos -exhorta Lo-, mi novio ha bebido demasiado y no puede manejar, tendré que guiarlo a su casa personalmente.

-No te preocupes -interrumpe Rebeca-, yo conduciré su automóvil, me siento capaz de hacerlo, después también dejaré a Zuleika en su domicilio.

-Estoy de acuerdo, Bernardo y yo vamos hacia el centro, en ese sector es donde reside, ¿verdad chico?

-Así es, te lo agradecería mucho, -manifiesto.

Partimos a la ciudad, el silencio embriagador de la carretera suscita en mí cavilaciones. Al transitar por la avenida en donde se ubica la vigésima zona militar, le indico doble a su derecha, en la calle en cuya esquina se ubica un Oxxo. Le señalo contener la marcha precisamente detrás del PT Cruise de Guillermo, contiguo al garage con rosales.

-Adiós Lo, estamos en contacto, luego me invitas a otra festividad, permaneceré aquí hasta finales de Diciembre, justo antes de la nochebuena.

-Adiós Bernardo, -se despide mientras nos fundimos en un perdurable abrazo de ternura-, ha sido una velada magnífica.

Desciendo del auto, la observo arrancar el motor y largarse. Abro la primera puerta, la cena sorpresa de Viviana debe haber concluido muy temprano, pues no hay nadie en pie; espontáneamente oigo un grito ávido:

-¡Bernardo, Bernardo, espera! -aclama Lo mientras corre hacia mí-, hay algo que quiero plantearte.

-¿De que se trata? -interrogo desconcertado.

-Me gustaría que vinieras conmigo ahora, quiero llevarte a un lugar que sé que te deleitará, ¿estarías dispuesto?

-Claro, -apruebo emocionado-, me deslumbran los misterios.

Cierro la puerta, nuevamente subo al auto y acelera, esta vez desconozco nuestro itinerario. Aumentamos las reservas de gasolina al salir de la metrópoli para aventurarnos en la sinuosidad del sendero asfáltico tropical que es iluminado parcialmente por los faros. Admiro la solemnidad de una escultura pétrea posicionada en una glorieta en la desviación que encauza hacia Tecomán cuya morfología -no discierno con precisión- es afine a la de un par de perritos bailando. Lo mengua drásticamente el impulso para evitar atropellar a una iguana enorme extraviada al contemplarla husmeando el perímetro de la carretera, es ahí cuando subraya la extrema cercanía de la meta secreta. Presiento la inminente extinción de las tinieblas en este prematuro sábado de Octubre, el sentido del viaje imprevisto adquiere una racionalidad abrumadora al divisar muy tenuemente en el horizonte la densidad acuífera prominente del océano pacífico ceñido de manglares.

-Deduje que estarías pasmado de regresar al mar tal, como me lo habías platicado, y bueno, ¡deseo cumplido! -expresa al apagar el motor del auto-, caminaremos por la ribera mientras bebemos el resto de la botella de vodka hasta el amanecer, ¿qué opinas?

-¡Es fabuloso! -defino así mi éxtasis-, ¡vayamos!

Nuestro paseo es dibujado por el hundimiento de nuestros pies en la arena, creando una estela semipermanente. El rumor de las olas apacigua progresivamente el júbilo en ambos, pues ha sido un día largo, entonces pactamos refugiarnos en una pequeña choza. Cuando intento servir más licor a Lo un insólito nerviosismo me aflige y lo derramo sobre su falda de mezclilla; ella me mira desafiante entre un híbrido de comprensión maternal y erotismo recreativo. Caemos en el inefable hechizo del amor; comienzo a trazar la cartografía de su cuerpo increíblemente real, rebosante en su lozanía promisoria, al alcance de mis manos incrédulas, con la convicción de quien rastrea un tesoro incalculablemente hermoso. Palpo la suavidad oscura de su pelo, la tersura simétrica de sus labios, la dulce hoguera de su cuello, la turgencia seráfica de su pecho, la llanura ubérrima de su espalda, el perfume melódico de su vientre.  La claridad del alba homogeneiza el matiz del cielo, no hay indicios de alguien aún por aquí. El graznido de las gaviotas me arrulla inexorablemente y pierdo cualquier noción de vigilia al yacer exhausto sobre la playa, dormido junto a Lo,  como dos náufragos estrafalarios felices de haber alcanzado la tierra añorada.




IV. ESPERANZA

Me despabila el bullicio de una canción de un grupo estadounidense de rock contemporáneo así como una serie de empujones: es un vagabundo que porta una guitarra con sólo cuatro cuerdas la cual está adornada con una estampilla adherida en el fondo; si se presta mayor cuidado puede leerse la leyenda “bon voyage”. Figura haber salido de una tribu ignota del Amazonas y con urgencia me alerta de mi no grata presencia en su <<dominio geográfico>>; rememoro haber salido de madrugada y deambular por calles desérticas hasta parar a este jardín, recostarme en esta banca junto al quiosco y…

Me yergo y reanudo mi trayecto hacia el Tecnológico de Colima. Desconozco todavía la hora. Después de unos minutos descubro el hotel en donde me cité con Lo el primer día que llegué a la ciudad. Menos de tres kilómetros me separan de las aulas. Me pregunto si volveré a verla, deseo corresponderle de algún modo por todo lo que ha hecho por mí, disculparme asimismo por no encontrarla en el antro en el que se regocijaba bailando con sus amigas de la universidad aquella noche lluviosa de septiembre cuando me citó ahí al telefonearla. He meditado mucho sobre ella, particularmente en lo relacionado a la amargura de nuestro adiós ese domingo a mediodía al dejarme en su auto a unas cuantas cuadras de la central camionera para que pudiera abordar un taxi que me encauzara a ese mosquero de pocilga en el cual había hallado una habitación libre, cerca del Palacio de Justicia. Pienso también en el exquisito desayuno que cocinó, en las películas que vimos y en los discos que escuchamos. Ahora con la desgracia del celular no me es posible hablarle y no conozco con precisión el emplazamiento de su departamento, tardaría bastante en acertar, consecuentemente mi optimismo se desvanece. Me desplazo discretamente, avizoro el oligopólico Walmart, indicio del final de mi excursión pues la escuela está enseguida. Aprecio lo prematuro de mi comparecencia: aún permanece sin actividad. Sentado frente a una parada de autobús público, repentinamente el conductor de  una camioneta Ford 89, un hombre vistiendo traje y sombrero gris, suspende su recorrido en medio de la avenida para analizarme fijamente. Empieza a intimidarme ya que no muestra sus intenciones; en ese momento percibo la apertura del Tecnológico por parte del vigilante, me erijo y cruzo el camellón hasta llegar a él al otro extremo.

-Buenos días amigo, ha madrugado hoy -saluda al darse cuenta de mi aparición-, se ve que es fin de semana.

-Así es, he sufrido un pequeño percance, pero ahora tendré un examen en la primera clase y debo elevarme al salón 42 para alistarme. Gracias por permitirme internarme.

Voy hacia el cuarto de control de luces bajo la escalera y enciendo las de arriba. Al llegar me despojo de la mochila y me instalo en el último pupitre de la primera fila. Saco mi cuaderno para repasar conceptos básicos pero lamentablemente vuelvo a experimentar un estado de somnolencia, resultado de haber dormido como máximo dos horas. Sentencio apoyar mi cabeza sobre la paleta, después de todo aún sobra tiempo, tiempo para recordar lo aprendido, tiempo para aprender a recordar que estamos atados quizá trágicamente a los caprichos del azar, como la gravedad inasible que mantiene en movimiento a todas las estrellas incandescentes del universo.


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